Los restos del Templo de la Virgen de Dolores, que data del siglo XVIII, emergieron de las aguas de la presa de la Purísima.
La iglesia aparece cada año con la sequía, aunado a que en Guanajuato no ha llovido desde octubre del año pasado, lo que permite el ingreso en el interior de la edificación.
El edificio ya no tiene cruces ni santos, pero en el techo se aprecian los frescos que adornaban el cielo del templo.
Los arcos y columnas aún presumen sus líneas entrelazadas, conchas y rosas.
El agua aparece oscura en la sombra, pero al pasar los rayos del sol a través de los boquetes creados por el tiempo y las ventanas su color se torna esmeralda.
En el interior del templo de la Virgen de Dolores reina el silencio, roto sólo por el sonido del agua pegando en la barca, así como el de las golondrinas que en esta sequía han colocado sus nidos en las esquinas superiores.
La lama cubre algunas columnas y paredes, de las cuales no se puede confiar, ya que están agrietadas y podrían desplomarse en cualquier momento, pero el goce de estar en ese santuario religioso es enorme.
Para llegar se debe tomar un bote. Es posible contratar a un pescador local.
Aunque las ruinas de la iglesia están a metros de tierra firme, los pescadores no recomiendan nadarlo, pues el agua está fría y puede producir calambres. “Y abajo no sabemos qué hay. Son ahí unos cuatro metros de profundidad. Mejor no buscarle”.
ES DIFÍCIL ACCEDER
El vaso de la presa de la Purísima se divide entre las demarcaciones de Irapuato y de Guanajuato, pero corresponde a éste último el cuidado de la comunidad rural de El Zangarro. Y son, de hecho, las malas condiciones del camino que lleva del pueblo a la presa el impedimento para que el turismo llegue a ver los restos de la iglesia o, al menos, disfrutar de la frescura y la vista que ofrece el agua en la presa.
“Definitivamente nos tuvimos que regresar. No podemos mover el coche por la bajada y nos quedamos con las ganas de ver el agua y la iglesia”, comentó Rodolfo Rodríguez, quien en su auto iba acompañado de su esposa, sus tres hijos y su suegra.
El Zangarro fue inundado en 1979, luego de que el entonces presidente José López Portillo firmara el decreto para concretar el embalse de la presa, cuya agua ayudaría a los agricultores de la región.