Expresiones como “Mi corazón es tuyo”, “Te amo con todo el corazón”, “Eres el dueño de mi corazón”, se han utilizado durante años para hacer referencia a ese sentimiento al que denominamos amor, en el que interfieren procesos químicos, neuronales y hormonales. De hecho el corazón es el símbolo que representa esta emoción.
Sin embargo, de acuerdo con el psicólogo Boris Barraza, el órgano que debería relacionarse con este sentimiento, más que ser el corazón, debería ser el hígado, ya que según el especialista, el proceso químico que permite que experimentemos el amor, comienza cuando las mujeres destilan feromonas, las cuales se están liberando constantemente, en algunas ocasiones con mayor intensidad que otras.
Éstas se captan a través de un órgano llamado vomeronasal, que se localiza en el epitelio olfatorio, en el cerebro, y de ahí ingresan al sistema nervioso central. El “clic” -según Barraza- se da cuando el umbral perceptivo olfativo del muchacho se encuentra en la misma frecuencia que la vibración de las feromonas de la joven. Es por esta razón que una chica puede resultar atractiva para alguien y no para otro.
Durante este intercambio de estímulos, se descargan ciertas sustancias que impactan el hígado, lo que genera que éste libere unas hormonas llamadas glucocorticoides. “Son una especie de almacenadoras de energía. Cuando estamos emocionalmente impresionados, tanto la adrenalina como los glucocorticoides se liberan y hacen que nos sintamos bien con la persona que nos atrae”, señala Barraza.
“Cuando alguien nos gusta, tenemos tanta energía que el corazón comienza a acelerar su ritmo cardíaco -por ello la asociación del amor con dicho órgano-. Lo cual, es una respuesta a lo que el hígado está indicando. La pasión que se siente es el hígado trabajando con las suprarrenales”, agrega. Es por esto que se dice que el enamoramiento es un proceso neuroendocrinológico.
Aquí se entra en una etapa de fascinación, en la que no se le ve ningún defecto a la pareja. Esto mueve a iniciar una relación de noviazgo, donde se sube otro escalón: se pasa a la ilusión. Acá se empiezan hacer planes a corto, mediano y largo plazo con la pareja, desde viajar a casarse y formar una familia. Se comparte con el otro y es a través de la convivencia que suele surgir el afecto y a veces el amor.
La tercera etapa es la más difícil. Según Barraza es conocida como objetivación o confrontación. En ella, se comienzan a notar las imperfecciones del otro y es cuando se decide si se sigue o no. En un noviazgo, no todas las parejas pasan por las tres etapas. “Hay relaciones que duran más que otras. Y el hecho de que logren sobrellevar la tercera no significa que al final vayan a quedarse juntos”, sostiene Barraza.
En este caminar, a veces se suele confundir la pasión con estar enamorado. Barraza aclara la diferencia: la primera es una reacción intensa que acaba en un instante; la segunda te hace sentir bien constantemente.