López Obrador enfiló hacia Acapulco en una acción impulsiva, desorganizada. Dejó al país sin presidente, porque viajó al corazón de la emergencia y se quedó incomunicado.
Una fotografía dibujó sin proponérselo el estilo de gobernar del presidente Andrés Manuel López Obrador. Fue captado por un autor no identificado a bordo de un Jeep militar atascado en una brecha entre Chilpancingo y Acapulco, donde ni avanzaba ni retrocedía, atrapado como miles por la alteración de vida que causó el huracán Otis. Con una cara que podría describirse de preocupación e incertidumbre, el Presidente miraba al lodo, mientras militares y ayudantes trataban de sacarlo del atolladero. López Obrador estaba paralizado y había caído en una trampa natural, a donde él mismo se entregó por actuar con más estómago que cabeza. No lo pudieron sacar y un vecino entró a su rescate con una camioneta de redilas.
Horas antes, en la mañanera, había reconocido que no tenía información de Otis porque estaban incomunicados, pero abrió la posibilidad de visitar Guerrero e informó que varios secretarios iban en camino. Mientras, estaría “pendiente”. Parecía lo correcto. Una buena toma de decisiones se hace a partir del análisis técnico de la información con la que se dispone. Por lo mismo se entendía que no suspendiera su función diaria que se llevó casi tres horas. Sin embargo, hizo lo contrario.
Enfiló hacia Acapulco en una acción impulsiva pero desorganizada, activa pero anárquica, actuando como un jefe de Estado atento, pero que en los hechos dejó al país sin Presidente, porque en lugar de ocuparse del control y la coordinación de las tareas de emergencia en Guerrero, viajó al corazón de la emergencia y se quedó incomunicado. ¿Quién tomó las decisiones fundamentales en ese tiempo? Lo que se puede corregir es que fueron los funcionarios quienes, en su campo, ocuparon el vacío que dejó López Obrador, como el Ejército y la Comisión Federal de Electricidad, que pusieron a disposición de los medios voceros para que informaran sobre lo que estaban haciendo y evitar los rumores.
La Presidencia se quedó muda. López Obrador, que siempre quiere estar en el centro de todo, encontró su Catch-22 en algún punto entre Chilpancingo y Acapulco, para un recorrido, reportó la prensa, de 10 horas. No sabemos qué hizo en Acapulco porque no hay registro de nada. Ni siquiera hay evidencias de que visitara al puerto. Y si en realidad estuvo en la zona devastada, no se informó nada al respecto. Pero esto, que no tiene consecuencia alguna, por cuanto a los daños que causó Otis, habla de la forma atrabancada e irresponsable con la que actúa López Obrador.
No deja de ser una paradoja. López Obrador confiaba que sólo había tres cosas a las que les tenía miedo: que el corazón no le diera para terminar su sexenio, Estados Unidos y un desastre natural. Las dos primeras las podía controlar, con medicamentos y cuidados médicos, como ha sido, y un manejo de torero y concesiones, como hizo con Donald Trump y hace con Joe Biden. La tercera estaba completamente fuera de sus manos. Aun así, desapareció en 2020 el Fondo para Desastres Naturales y en nueve meses su gobierno gastó 300 mil millones de pesos.
López Obrador asegura que desapareció el Fonden, pero no sus recursos. Según la Secretaría de Hacienda, se dispone de 18 mil millones de pesos para desastres naturales, suficientes, afirmó el Presidente, para hacer frente a la reconstrucción de vías de comunicación, sitios turísticos y la infraestructura en Acapulco. Ya se verá cuando se tengan las estimaciones sobre los daños que provocó Otis, aunque si meramente como referencia se toman los costos provocados por Pauline, un huracán en 1997 que impactó en Guerrero, sin causar los destrozos en Acapulco como Otis, a valor actual, el gobierno apenas tendría para cubrir 10 por ciento del total. El Presidente dijo ayer que para emergencias, el presupuesto no tendrá límites. Ya veremos, porque en el pasado, incluso se ha negado a declarar estados de emergencia, para no usar dinero presupuestal.
Otis también puso en evidencia las deficiencias en la prevención. Otis fue un huracán atípico, ciertamente, y cobró una fuerza de manera súbita ante una temperatura inusual de 30 grados sobre el nivel del mar en el Pacífico. Sin embargo, hubo horas para actuar y sin hacerse nada.
El director del Centro Nacional de Huracanes (CNH) en Miami, Michael Brennan, le dijo a CNN en español que a la una de la tarde del martes los cazadores de huracanes de la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica de Estados Unidos detectaron que la tormenta era de 30 a 50 kilómetros por hora más fuerte de lo que habían estimado, lo que llevó a Eric Blake, meteorólogo del CNH, a prever un “escenario de pesadilla”.
El CNH pronosticó por primera vez el huracán a las tres de la mañana del martes, a más de 22 horas que Otis golpeara a Acapulco, con una posibilidad de “1 a 4 de fortalecimiento rápido durante las próximas 24 horas”. Al mediodía lo clasificaron como un huracán categoría 1. Para las tres de la tarde lo elevaron a categoría 3 y a las 6 ya era oficialmente categoría 4, “extremadamente peligroso”. Tres horas más tarde lo elevaron a categoría 5 con vientos de 250 kilómetros por hora. A las 12 de la noche con 25 minutos devastó Acapulco.