La producción de frutos y vegetales en la entidad con mayor número de latinos en EU comienza a sufrir las consecuencias de deportaciones
Los campos agrícolas de California se están quedando sin mexicanos, sin jornaleros, los tiempos de bonanza, empleo y producción de frutas y vegetales en la entidad con mayor número de latinos en EU comienza a sufrir las consecuencias de deportaciones, redadas y la latente amenaza del presidente Donald Trump contra los inmigrantes.
“Cuando yo llegué aquí tenías que tener algún conocido trabajando en alguna cuadrilla para empezar a trabajar y cuando te lo daban, los rancheros, luego, luego decían: ‘Córreme a ese, o córreme a esa cuadrilla, mañana tráeme otra’. Antes nos podíamos dar el lujo de cambiar gente”, cuenta Víctor Esquivel, un mexicano originario de la CdMx que llegó a California hace 14 años. Ahora ya no hay gente suficiente para trabajar los campos.
Son las 5:25 de la mañana en Delano, una ciudad al norte de Los Ángeles que vive del cultivo de uvas, nueces, frutos rojos y naranjas. Hoy Víctor es supervisor de la empresa Golden State. Hace unas semanas el dueño le entregó una pick up, último modelo blanca, en la que ahora se traslada hasta los cultivos.
“Uno como mexicano es un poco más dedicado, sabemos que hay que cumplir un trabajo y nos comprometemos. En cualquier tipo de cultivo, venimos a dar el extra, solo así salí adelante. Mírame, tengo un buen puesto e inicié en el deshoje. Ellos nos necesitan”, dice entre risas, mientras se baja de la camioneta y se acerca a un grupo de personas, una veintena, que están cubiertos de la cabeza a los pies junto a un campo repleto de berries, moras y bayas.
Víctor reúne al mayordomo y a la cuadrilla. La cuadrilla es el grupo de campesinos que labora en un sector del terreno a cultivar. Cada una se compone de 60 personas en promedio. Es vigilada por un mayordomo que a su vez rinde cuentas al supervisor y éste al contratista de las hectáreas de cultivo.
En la cuadrilla está Carolina Vega, de 32 años que dejó sus estudios en Querétaro y llegó a California para perseguir el sueño americano.
“Yo no puedo dejar de trabajar, aunque sea enferma o como sea tengo que trabajar porque no alcanza, aquí no tiene uno tranquilidad de nada”, cuenta, mientras camina a la línea que le han asignado para cosechar frutos.
Es la segunda jornada de trabajo para Carolina en un día. Por la noche trabajó en deshoje para sembrar uvas. Tiene seis hijos nacidos en EU y su esposo encarcelado desde 2014. Por ello, dice, “no puedo dar el lujo de descansar”.
Respira profundo: “Si no me he regresado es por ellos, porque quiero que estudien, que salgan adelante, porque son de aquí y por eso hago este sacrificio, es grande, pero es por ellos”, dice, mientras termina con la primera de las 14 cubetas de berries que puede llenar en un día.
Es además miembro de la Unión de Trabajadores del Campo (UFW por sus siglas en inglés), organización fundada por el famoso activista César Chávez en 1962 y al que están afiliados cerca de 4 millones de trabajadores en todo EU.
“Lo que siempre busca la unión es estar arriba del sueldo mínimo y con beneficios, hablamos de servicio médico, días festivos, vacaciones pagadas, horas extras”, explica Éricka Navarrete, directora regional de la UFW.
La Unión ha logrado que los trabajadores del campo gocen de un salario de 10.50 dólares por hora, además del pago doble por hora extra, así como espacios de trabajo dignos.
“En la actualidad, los campesinos gozan de un tiempo de descanso o break para comer, también tienen baños y agua disponible durante su jornada de trabajo”, explica Navarrete. “Lo que en el pasado era un sueño. Antes los rancheros podían no pagar al campesino o pagar muy poco”.
California es el estado con mayor población hispana en EU. 15 de los 39 millones de habitantes en la entidad son latinos y 11 millones de ellos son mexicanos que se desempeñan en oficios de servicio o en el campo.
Según datos del Centro Pew, el número de campesinos que trabajan en diversos estados de la Unión Americana es de 8 millones. La UFW calcula que cerca del millón de campesinos podrían estar trabajando en California. 90 por ciento de ellos está aquí de manera ilegal.
Apenas el lunes, la senadora Dianne Feinstein, del Partido Demócrata, dijo en una entrevista telefónica que en breve su partido presentará una iniciativa de ley para “proteger a nuestra fuerza laboral agrícola de la deportación.
“Nuestro proyecto de ley proporcionará a los trabajadores agrícolas de nuestra nación un estatus legal, conocido como una tarjeta azul, y un camino eventual hacia la ciudadanía”. La propuesta pretende que un trabajador del campo pueda obtener la ciudadanía en un proceso no mayor a cinco años.
Pero las propuestas de la senadora no son alentadoras para Víctor Esquivel. La realidad ya se impone.
“Desafortunadamente con estos cambios que ha habido, como las redadas de migración, las deportaciones y todo eso nos ha afectado. Solíamos tener cuadrillas con grupos de 60 personas. Hoy apenas si juntamos 20 o 25”. Las cuadrillas están a la mitad de su composición normal.
“Antes, los mayordomos no batallaban para conseguir gente, dos, tres llamadas y se juntaba; ahora, los mismos contratistas y yo incluido pegamos anuncios en tiendas y lugares donde sabemos que hay mexicanos para que vengan a trabajar”, explica.
Durante los primeros meses de la administración de Trump, el INM reportó la deportación de más de 17 mil mexicanos, lo que ha puesto en alerta a los campesinos, como Bernardino López, de 67 años, que llegó a California con su esposa Soledad hace más de 20 años y que ha construido una nueva vida con el trabajo duro en el campo.
En Bakersfield, California, otra ciudad con alta densidad de campesinos mexicanos, Bernardino y Soledad, quienes trabajan en la colecta de uvas y cebollas por las noches, se están preparando para lo peor.
“Hemos empezado a vender todo, el comedor, la sala. Quitamos todos los cuadros, las fotos y nuestros recuerdos de la pared”, cuenta mientras señala los clavos que aún están en los muros de su casa, donde se sienten temperaturas por arriba de los 38 grados.
Bernardino dice que ha vendido todo antes de que lleguen por ellos. “Con este nuevo Presidente nunca se sabe, por eso lo estamos vendiendo todo, porque no quiero que nos sorprendan y si nos regresan, no dejarles todo lo que hemos construido”.
Algo similar esta haciendo Carolina en Delano. “He dejado una carta a una persona de confianza para que si me regresan, me mande a mis seis hijos, con todo y que sean ciudadanos. Ellos deben estar conmigo para todo, pero no quiero que se queden con la espina de pensar que por lo menos lo intenté”.
Pero el problema también es ya para los estadunidenses, no consiguen tener suficientes trabajadores agrícolas en sus campos, cuya producción, por tanto, queden en riesgo. Es el efecto Trump que se les revierte a sus ciudades.