Kelley, exsoldado de la Fuerza Aérea, fue expulsado del Ejército después de ser sometido en 2012 a juicio militar por maltratar a su mujer y a su hijo
La pesadilla recurrente del tirador solitario ha vuelto a sumir este domingo a Estados Unidos en el horror. Un hombre armado entró a mediodía en una iglesia baptista de Sutherland Springs, una pequeña localidad rural de Texas, de menos de 400 habitantes, a una hora en coche de la ciudad de San Antonio, y abrió fuego contra los feligreses. Mató a 26 personas e hirió a una veintena, según el gobernador del Estado, Greg Abbott. Los fallecidos tenían entre los 18 meses y 76 años.
Los investigadores apuntan a un conflicto con los padres de su pareja, que acudían habitualmente a la iglesia atacada pero no este domingo. La matanza «no tuvo una motivación racial, y tampoco estuvo relacionado a creencias religiosas. Había un problema doméstico con sus familiares políticos», ha explicado en rueda de prensa este lunes Freeman Martin, del Departamento de Seguridad Pública de Texas. El funcionario añadió que la mujer había recibido «mensajes de texto amenazadores» de su yerno.
Kelley, exsoldado de la Fuerza Aérea, fue expulsado del Ejército después de ser sometido en 2012 a juicio militar por maltratar a su mujer y a su hijo.
Cuando el asesino, Devin P. Kelley, de 26 años, salía de la iglesia, un vecino de la localidad le persiguió y disparó con su rifle. El tirador quedó herido, soltó su fusil de asalto y se subió a su furgoneta para escapar, armado aún con dos pistolas. La iglesia era ya un reguero de muerte y sangre. El hombre que le hizo frente pidió en seguida a otro que estaba en un coche que saliesen en su persecución. Los dos fueron tras Kelley en una carrera a toda velocidad por las carreteras comarcales llegando a superar los 150 kilómetros por hora, contó esta mañana el conductor, Johnnie Langendorff, un joven tocado con un sombrero de vaquero y la calavera de una vaca tatuada en el cuello sobre la traquea. «Me gusta conducir, y conduje todo lo rápido que pude», explicó Langendorff. Tras un cuarto de hora de caza el homicida se salió de la carretera y se estrelló.
La policía ha apuntado que además de la heridad que le infligió el vecino al salir de la iglesia presentaba otra que se podría haber causado él mismo, por lo que existe la posibilidad de que Kelley hubiese terminado su escapada pegándose un tiro.
Anoche el escenario del crimen estaba silencioso. El neón blanco y azul del templo seguía iluminado horas después de la matanza, mientras tras el cordón policial Albino Carvajal, de 37 años, un curioso llegado a la zona, meditaba: “Si alguien de los que estaba en misa hubiera llevado un arma habría impedido que el asesino siguiera matando…”. A su lado, Yosie Martínez, de 47, le replicó; “Albino, ¿pero quién va a ir con una pistola a misa?”.
La de Sutherland Springs es la quinta masacre con armas de fuego con más muertos en la historia de Estados Unidos y pone una vez más sobre el tapete el debate nacional en torno a la regulación del acceso de civiles a armas de fuego.
La tragedia ocurrió en plena misa. Kelley, vestido de negro y armado con un rifle semiautomático Ruger AR, irrumpió de improviso en la Primera Iglesia Baptista de Sutherland Springs (condado de Wilson) y disparó indiscriminadamente con una potente arma de fuego contra los asistentes, según testigos. Los vecinos oyeron al menos 20 disparos. Dos de los muertos fueron encontrados fuera de la parroquia; 23 dentro. La víctima mortal restante murió en un hospital. En la eucaristía participaban unas 50 personas.
El templo es una construcción sencilla, de planta rectangular, donde cabe medio centenar de personas. Sutherland Springs es el típico pueblo rural de Texas, de casas dispersas. Puro campo, un territorio que llevaba décadas sin sobresaltos que en diez minutos vivió una pesadilla. Las cinco casitas que hay frente a la iglesia se han quedado vacías porque sus moradores se fueron tras la masacre, cuenta un policía que custodia el cordón de seguridad, que cierra un perímetro a unos 30 metros de distancia de la Primera Iglesia Baptista.
En ese cordón conversan Albino Carvajal y Yosie Martínez, las dos personas en este momento rinden tributo a las víctimas. El resto son policías y periodistas. Miran el luminoso blanco y azul que aún llama a participar en la fiesta del 31 de octubre, la misma noche de la Halloween, el último evento que organizó la iglesia. Solo hay un ramo de flores. «Hemos venido a mostrar nuestro respeto a las víctimas», cuenta Carvajal antes de debatir con su amigo qué hubiera pasado si uno de los feligreses hubiera estado armado.
La iglesia atacada acostumbra a grabar en vídeo sus misas, por lo que investigadores del Estado de Texas afirmaron a medios estadounidenses que en el registro de la ceremonia encontrarán a buen seguro los detalles concretos del tiroteo. «Nunca te esperas que pase algo así. Mi corazón está roto», dijo a la prensa el concejal Albert Gómez. El editor de un periódico local describió la parroquia como una congregación local como cualquier otra de las zonas rurales de Texas. «Simplemente una pequeña iglesia de pueblo americano donde la gente acude para reunirse y celebrar».
Tras el tiroteo, numerosos vecinos y familiares de las víctimas se acercaron hasta esta iglesia para obtener información sobre lo ocurrido. Mientras, la policía local y estatal trataba de impedirlo y pedía que regresasen a sus casas hasta que la situación estuviese completamente bajo control.
Carrie Matula, una testigo, explicó al canal NBC que los disparos procedían de un arma semiautomática. “Yo me encontraba a 50 metros de la iglesia”, afirmó. A la zona se desplazaron los servicios de emergencia, incluyendo helicópteros para llevar a los heridos a distintos hospitales. Además de las autoridades locales, el FBI se trasladó a la localidad para colaborar en la investigación.
El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, que se encuentra de visita oficial en Japón, ha calificado de «espeluznante» el tiroteo y ha enviado su apoyo a las víctimas. «Los estadounidenses harán lo que mejor saben hacer: nos uniremos y a través de las lágrimas y la tristeza permaneceremos fuertes», ha asegurado en un encuentro con líderes empresariales en Tokio. Por su parte, Abbott, el gobernador de Texas, ha ofrecido sus condolencias y ha considerado el ataque como un “acto del mal”. El senador republicano y excandidato presidencial, Ted Cruz, también ha expresado en las redes sociales su solidaridad con las víctimas.
El último ataque de esta envergadura en una iglesia estadounidense ocurrió en Charleston (Carolina del Sur) en junio de 2015. Dylan Roof, un joven blanco, entró en la parroquia y mató a tiros a nueve personas afroamericanas en el que fue considerado uno de los peores crímenes de odio racial. Roof ha sido condenado a muerte por inyección letal.
La masacre de Sutherland Spring ocurre apenas un mes después del peor ataque con un arma en la historia de Estados Unidos, en Nevada, que resultó en la muerte de 60 personas y más de 500 heridos. Durante un concierto de música country, un hombre de 64 años disparó a ráfagas contra miles de asistentes en una céntrica explanada de Las Vegas. El segundo peor asesinato masivo hasta la fecha ocurrió en Orlando en 2016 con 49 muertos y el tercero en Virginia en 2007 con 32 fallecidos.