El pastor bautista Akira Sato sueña con escuchar otra vez los cantos en su vieja iglesia, la cual tuvo que dejar después de la tragedia nuclear de Fukushima, ocurrida hace diez años.
Pero, por ahora, eso sólo es una ilusión.
“Cada vez que regreso aquí y miro todo a mi alrededor, no puedo evitar las lágrimas”, comentó Sato en el recinto abandonado al que antes iban decenas de fieles.
El 11 de marzo de 2011, a las 14:46 horas, comenzó un terremoto de 9.0 grados que provocó un tsunami y posteriormente eso desató un accidente nuclear.
El saldo del triple incidente fue de 20 mil personas muertas.
Y para Sako, sin embargo, el tiempo se detuvo en este templo, ubicado en Okuma, a cinco kilómetros al sur de la central nuclear de Fukushima Daiichi, ubicada en el este de Japón.
Una cruz rota y una campana coronan un cartel adherido a la puerta de acero, anunciando el servicio del domingo próximo, que finalmente nunca llegó.
La zona aún sigue aislada a causa de la radiación. Los visitantes deben solicitar una autorización de entrada y colocarse una protección plástica de la cabeza hasta los pies.
En el interior de la capilla, un rayo de luz ilumina los bancos vacíos.
El silencio solamente es alterado por la alarma procedente de un contador Geiger que indica los puntos calientes de radiación en el edificio.
Sato, de 63 años, quien también monitoreaba otras capillas bautistas en el departamento de Fukushima, se encontraba de viaje el día de la catástrofe.
La tarea de evacuar el local recayó en uno de sus colegas, Masashi Sato, quien actualmente tiene 44 años.
“Evacué llevándome solamente unas pocas botellas de agua y la Biblia”, indicó el también pastor.
Tras el desastre, un camión militar lo llevó lejos junto a sus feligreses, muchos de los cuales eran ancianos con mala salud.
Entonces, Masashi Sato sintió que estaba viviendo “una prueba enviada por Dios”.
El éxodo de los dos pastores y sus fieles duró un año, hasta llegar a Izumi, un barrio de la ciudad costera de Iwaki, a 60 kilómetros de su iglesia.
Actualmente, las emisiones radiactivas tras el accidente en la central nuclear japonesa no han producido efectos negativos sobre la salud, según las conclusiones de un comité de investigadores de Naciones Unidas publicadas esta semana en Viena.
Fukushima registró el peor accidente nuclear desde el de Chernóbil, Ucrania, en 1986, tras él hubo un aumento de cáncer de tiroides.
“Fue un año de turbulencias”, recordó Harumi Mottate, un exfiel de la iglesia de Okuma, de 83 años.
“Si no hubiera tenido fe, me habría llenado de cólera por lo que me estaba ocurriendo”, añadió.